Los miedos reptaban por el suelo. Unos muelles más arriba siempre era primavera.
Nos retorcíamos sin preguntar qué
tensaba
los extremos.
El siempre era para dioses y demonios.
En el batir de tu pecho enraizaron mis pestañas.
Pero los árboles más robustos también
arden
en el incendio.
Leí con los dedos las marcas del fuego. Nuestras manos desnudas se llenaron de cenizas.
Me quemé los labios limando tu clavícula
para conciliar el sueño.
Por la mañana la almohada aún
humeaba. Aprendimos que era ese el olor del desayuno.
La persiana dibujaba partituras
inacabadas
que nosotros tocábamos.
Una vez más nos amamos con urgencia.
Las cervezas sin espuma temblaron sobre la mesa.
Derramaron su contenido sobre monstruos
y pesadillas.
No nos soltamos en el camino hacia el
infierno. Juntos caímos más deprisa.
Habíamos olvidado que en el reverso de
todos los elixires
está el veneno.
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