viernes, 4 de octubre de 2019

Últimas voluntades


En el abismo, se desafilaban todos los puñales. Sus reflejos serpenteaban un ritmo de luz perfecto.

Sobre la pizarra, acopios de huesos y ramas. Un altar desnudo por el descenso del pantano.

En la orilla, la sangre salpicaba la escarcha. Una manada de lobos esperaba paciente algún pedazo.

Los candados, las cadenas, los reproches, el odio, tintineaban en los tobillos. La gravedad y los ahullidos atraían hacia el fondo. No había muñeca o roca a la que aferrarse. No había espacio ni tiempo. Cómo única certeza, la tormenta amenazaba en lo alto del cerro.

Con el trueno retumbaron los recuerdos. La misma tierra: valle y montaña, antes de ser allanada.

Con el relámpago se iluminó el camino. Un coche descansando en la cuneta. El asiento trasero permanentemente vacío.

Con el rayo visualizamos los espectros. Alcores de hojas secas dibujando con sombras las formas de mi cuerpo.

¡Nunca decorarán mi tumba! Seré roca hundida en el precipicio. Seré luz reflejada en ventanas cerradas. Seré viento, ondeando las cortinas de edificios abandonados. Seré píxeles ordenados según pantones de mi piel y pelo.

Y sin embargo, pese a la desintegración, la imposibilidad de rescate y los pedazos, tú y yo seremos las partes rotas del otro. Castigo, bendición, uroboros infinito.

Cuándo la rabia y la tristeza disputan un duelo, es complicado discernir la naturaleza de los gemidos.

viernes, 31 de julio de 2015

Hirudinea

En el manantial buscábamos efímeras1 bajo los guijarros. 
Te miré con seis pares de ojos. Cuántos besos cabrían en tus tres mandíbulas. 

Nuestra existencia independiente nos distinguía de los parásitos.
Pero era tu piel por la que respiraba. Cómo sobrevivir a perderte.

La esperanza de vida obedecía al club de los veintisiete. 
Dormíamos de lado. Cuándo se pararían tus dos corazones.

Entregados al placer nos convertimos en un uróboros finito. 
Deleite hermafrodita. Quién se alimentaba de quién.

A merced de la corriente oxigenamos acequias y fuentes.
Adheridos como tantas otras veces. Cuánto permaneceríamos así.

Tras aguas poco profundas varamos en el fango.
Nuestros tres sentidos callaban. Qué sabor tendría tu sangre.

¿Quién sería la víctima?
(Y/)


Las efímeras son el orden de insectos alados más antiguos que existe en la actualidad. Sin embargo, su vida en la fase adulta suele durar unas pocas horas.

miércoles, 29 de julio de 2015

Hombre de ciencia

Tras el timbre una mueca.
La tarjeta estaba en blanco.

En la mesa de la cocina el ritmo cotidiano devoraba el sentido común.
Como único testigo, una hormiga acechando desde la losa.
Guardaba los pedazos para un invierno solitario.

Reduje mi mundo a tu globo ocular.
Gravité sobre las baldosas buscando el significado de las flores.

El aroma se fundió con el vaho de la casa.
Examiné cada nota, tratando de discernir entre jardín o cementerio.
Sobre el manojo el grifo aún goteaba.

De sus hojas no se extraía ningún carácter.
Contemplé uno a uno los principios del empirismo.

Anémonas y dalias orbitaban alrededor de tu nombre.
Con los ojos cerrados, leí cada tallo anhelando alguna espina.
Las líneas de la tarjeta permanecían vacías.

Murmuraban "todo conocimiento se basa en nuestra la experiencia".
Lo supe. Habías perdido la fe.

viernes, 24 de julio de 2015

Asalto astronómico

Una estación entre la corriente y el fango.
Noventa y dos días y 
dieciocho horas.

Los cálculos vaticinaban tiempos de amor y guerra.
A Marte se lo llevó abril. Sin su influjo los campos se tiñeron de verano.

Empate técnico entre oscuridad y clarividencia.
La voluntad aullaba a medianoche. Terminó siendo visible tras la puesta de Sol. 

El primer mundo mordisqueó todas las alarmas. 
Seis horas y 
cuarenta y ocho minutos.

Pistilos y estambres yacían acurrucados. 
En mi mente hacíamos el amor. Minutos más tarde me deshojaba el frío.

La hegemonía de la luz desobedecía los elementos. 
El cisma de la supersimetría. En la orilla ondeaba humeaba tu bandera. 

Cayeron los días. Decenas de citas garabateaban el almanaque.
Treinta y seis mañanas y aun así, 
miles de muertos.

El día D también era primavera.

sábado, 18 de julio de 2015

Vivos

En la época victoriana era habitual fotografiar a los muertos.

El alma, o la falta de ésta, reflejada en los ojos.
Puntos fijos sin conexión.
Un stand by encendido en la noche.
A la espera de un emisor se sigue consumiendo. 

Algunos aparecían rodeados de flores y velas.

El conjunto favorito siempre cabe en la maleta.
Las suelas de los zapatos seguirán nuevas.
Todo lo caduco empieza a consumirse.
Cera, carne, azucenas.

O acompañados por familiares en un escenario cotidiano.

Izquierda sobre derecha en gélido gesto.
O entrelazadas con otras tibias de tristeza. 
El alivio no reconocido en el duelo.
La rigidez aferrándose a la vida.

Fingían seguir viviendo, pero ninguno logró engañarme.
Ahora no puedo olvidarlos.

viernes, 17 de julio de 2015

El odio

Una soga marca el cuello.El odio paseando entre los dientes. 
Sin dejar hueco a las palabras, que pelean en las tripas. 

La sangre presiona las muñecas. Las uñas marcan las palmas.

Lo mejor es dar la vuelta. En piso firme no se dejan huellas. 
Sin pruebas, el retroceso empuja lejos de la puerta.

Fallan los tobillos. Puede notarse el peso sobre los hombros.

Caer hacia delante lo haría más sencillo. Un escalofrío recorre la nuca.
Encontrar refugio en el exilio no lo convierte en un lugar seguro.

martes, 7 de julio de 2015

Sarriá

Dentro de la casa olía a libros viejos, café y ropa limpia. Los desconchones que salpicaban el papel pintado y la porcelana del lavabo parecían producto de un esmerado efecto vintage. Dentro del caos todo fluía de forma casi mística. Una atmósfera sepulcral en la que no cabían gritos o taconeos. Bultos cubiertos por sábanas de franela se agazapaban a los lados de la estancia. Aguardaban atentos a su aparición estelar como actores secundarios de un guión inacabado. Excepto por la evidencia de los olores cotidianos, nada haría imaginar un atisbo de vida en su interior. Resultaba evidente que no había lugar a visitas en aquella casa. Las vitrinas repletas de miscelánea bohemia y juegos de té no dejaban lugar a ninguna duda. Las cortinas roídas arrastraban a ambos lados del tragaluz. Retratos y paisajes campestres asistían expectantes a un misterio que ellos mismos encerraban. El polvo suspendido en el aire dibujaba un cosmos completo al final del pasillo. El ambiente invitaba a buscar un hueco entre las colillas del cenicero. Ninguna de ellas tenía marcas de carmín y todas estaban apuradas hasta la boquilla. Una caja de cerillas gran reserva permanecía intacta en la repisa de la chimenea. Al levantarla dejó un rectángulo perfecto en busca de la eternidad. La utilería del espacio parecía estudiada a conciencia. Emanaba una paz privada que comenzaba a desvanecerse. Volver hasta la puerta no podría rehacer la homeostasis cuántica del lugar. Participar de su esencia era una herejía imperdonable. Los aerosoles y aparatos de limpieza blasfemaban con su mera presencia. "Límpielo todo" repitió la patrona antes de irse. "No deje ni rastro de ese muertodehambre".
Y cerré por dentro.