viernes, 4 de octubre de 2019

Últimas voluntades


En el abismo, se desafilaban todos los puñales. Sus reflejos serpenteaban un ritmo de luz perfecto.

Sobre la pizarra, acopios de huesos y ramas. Un altar desnudo por el descenso del pantano.

En la orilla, la sangre salpicaba la escarcha. Una manada de lobos esperaba paciente algún pedazo.

Los candados, las cadenas, los reproches, el odio, tintineaban en los tobillos. La gravedad y los ahullidos atraían hacia el fondo. No había muñeca o roca a la que aferrarse. No había espacio ni tiempo. Cómo única certeza, la tormenta amenazaba en lo alto del cerro.

Con el trueno retumbaron los recuerdos. La misma tierra: valle y montaña, antes de ser allanada.

Con el relámpago se iluminó el camino. Un coche descansando en la cuneta. El asiento trasero permanentemente vacío.

Con el rayo visualizamos los espectros. Alcores de hojas secas dibujando con sombras las formas de mi cuerpo.

¡Nunca decorarán mi tumba! Seré roca hundida en el precipicio. Seré luz reflejada en ventanas cerradas. Seré viento, ondeando las cortinas de edificios abandonados. Seré píxeles ordenados según pantones de mi piel y pelo.

Y sin embargo, pese a la desintegración, la imposibilidad de rescate y los pedazos, tú y yo seremos las partes rotas del otro. Castigo, bendición, uroboros infinito.

Cuándo la rabia y la tristeza disputan un duelo, es complicado discernir la naturaleza de los gemidos.

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