domingo, 4 de enero de 2009

La vida no es más que un gran juego de construcciones.

Nos encanta empezar cosas nuevas, aunque muchas veces las derribemos antes de acabarlas.
Aunque iniciemos una nueva construcción con una gran ilusión, puede torcerse y acabar desmoronándose.
Otra veces hacemos obras aparentemente perfectas, admiradas por muchos, pero con el tiempo nos aburrimos de ellas y acabamos derribándolas para empezar de nuevo.

Cuando era pequeña recuerdo que me esforzaba mucho en hacer torres altísimas, que casi arañaran el cielo.
La verdad es que aún conservo esas inquietudes arquitectónicas. Ayudada por la imaginación, creo construcciones que en un principio, considero eternas.
Ya ves, yo hablando de eternidad.
Pero nadie puede desafiar ni a las leyes del tiempo, ni al espíritu destructor de algunos humanos.

La imaginación, aunque necesaria, nos suele llevar al equívoco, éste a la ilusión, y la ilusión a la ostia. Y luego, a volver a imaginar.
En mi caso, por muchas veces que realice ese camino, no me doy cuenta hasta que estoy en la ostia.

Quizá se deba al espíritu destructor del ser humano -en mi caso autodestructivo- o puede que sea porque como se suele decir el hombre es el único animal que tropieza dos (o más) veces con la misma piedra.

Yo prefiero atribuirlo a la imaginación, por sentirme un poco mejor conmigo misma.
Y sino, siempre me quedarán la pólvora y la dinamita.

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