lunes, 8 de febrero de 2010

Divago.
Me tuerzo, jamás avanzo.

Pienso.
Me siento más y más inútil.

Me levanto. Me siento. En todos los sentidos. En todas direcciones. Voy a oscuras. También por dentro. Corazón de cuero; piel y hueso. Caliente en verano, frío en invierno. Incomodidad. Me sobran tantas cosas. La ropa, las paredes, el cielo que veo por la ventana. Tanta gente. ¿Quién se salva?

Estar sola tampoco me reconforta. No quiero pensar demasiado. Me hago tanto daño. A los demás, aún más. Al negarme a querer al resto, me olvidé de cómo aceptarme. De cómo luchar con esta cabeza loca, repleta de pensamientos incoherentes, falsos. Roedores hambrientos de sesos.

Maslow y su autoestima. Me olvidé de tantas cosas. No recuerdo cuántas, no recuerdo qué, dónde o cuándo. Más me preocupa el cómo y el por qué. Cómo y por qué lo consiguió. Cómo lo hizo. Por qué lo reconozco.

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